Era una noche calurosa en Santo Domingo, el 29 de noviembre de 1869, cuando el presidente Buenaventura Báez, junto a sus asesores más cercanos, se reunió en el Palacio Nacional. Bajo la tenue luz de las lámparas de aceite, se disponían a firmar un tratado que, según Báez, prometía estabilidad y crecimiento económico para una República Dominicana devastada por años de conflicto. Sin embargo, lo que estaba a punto de suceder cambiaría el curso de la historia dominicana para siempre.
Imagina estar en esa sala, en el corazón del Palacio Nacional, con documentos esparcidos sobre la mesa del despacho presidencial. Báez, con su imponente presencia, se preparaba para firmar un tratado que, si se cumplía, habría eliminado la independencia del país. La República Dominicana, bajo los términos de este acuerdo, se habría convertido en un territorio de los Estados Unidos, transformando a los dominicanos en ciudadanos norteamericanos.
Este controversial tratado nació en una época turbulenta. Después de la Guerra Restauradora (1863-1865), el país se encontraba en ruinas, tanto económica como políticamente. El gobierno, encabezado por el General José María Cabral, intentaba reorganizar un Estado fragmentado. Sin embargo, las dificultades económicas y las constantes tensiones políticas abrieron la puerta para que Báez, en su cuarto mandato, considerara la anexión como una solución viable.
Pero, ¿por qué alguien como Báez, un líder con una trayectoria tan accidentada, optaría por una medida tan extrema? La respuesta radica en las circunstancias desesperadas del país y la influencia creciente de Estados Unidos en la región. En ese entonces, los Estados Unidos, bajo la Doctrina Monroe, estaban decididos a expandir su influencia en América Latina y el Caribe. La idea de anexar la República Dominicana encajaba perfectamente en sus planes de control regional.
El 29 de noviembre de 1869, Báez firmó el tratado con los Estados Unidos, el cual incluía un acuerdo de arrendamiento de la Bahía de Samaná y la anexión del país. Este acuerdo no solo comprometía la soberanía política de la República Dominicana, sino que también cedía todas las propiedades gubernamentales y adhería al país a la Constitución norteamericana. En caso de que el Congreso de los Estados Unidos rechazara la anexión, el tratado preveía el arrendamiento de Samaná por dos millones de dólares, una cifra significativa para la época.
Sin embargo, a pesar de las recomendaciones favorables de una comisión investigadora enviada por el presidente Ulysses S. Grant, el Congreso de los Estados Unidos terminó rechazando el tratado. Una combinación de oposición en el Congreso y la campaña internacional liderada por patriotas y exiliados dominicanos en Estados Unidos fue suficiente para que el proyecto no prosperara.
Aunque la anexión no se concretó, el tratado de 1869 sigue siendo un evento decisivo en la historia dominicana. Hoy, muchos dominicanos consideran que haber rechazado la anexión fue una decisión crucial para preservar la independencia del país. A lo largo de los años, la República Dominicana ha demostrado su capacidad para forjar su propio destino, evolucionando como un estado libre y soberano.
Este episodio nos recuerda lo frágil que puede ser la soberanía de una nación y la importancia de tomar decisiones que protejan la identidad y el futuro de un país. La República Dominicana, a pesar de las adversidades, ha logrado mantener su independencia y continuar su camino hacia el progreso. Y aunque el debate sobre las posibles consecuencias de haber aceptado la anexión persiste, la realidad es que hoy el pueblo dominicano puede sentirse orgulloso de haber defendido su libertad en uno de los momentos más críticos de su historia.